Me robaron el teléfono. Es una frase demasiado cotidiana en la charlas
de todos los días. Pero así es, me lo robaron.
Fuimos a bailar este sábado con C y con unos amigos del boxeo. Parada
afuera en la pista con un chico alto, bonito y pesado que me juraba amor eterno,
me di cuenta. No lo podía creer. No estaba en ningún de los bolsillos de la
cartera.
Ya se que mis carteras son pozos sin fondo. Que si guardo algo en
ellas puede o no ser que lo encuentre de nuevo. Una vez buscando mi billetera
encontré una hamburguesa, justo momentos antes de salir de Jet. Otra vez
encontré las llaves del BMW de mi X, momentos después de haberme marchado
furiosa de su departamento vestida en pantuflas y bata de color café.
Quiero decir; casi siempre me han servido estas carteras con pozo sin
fondo. Pero esta vez, esta vez no.
Al darme cuenta que no encontraba el celular tuve que dar vuelta mi
cartera y tirar TODO su interior sobre la mesa. Busque, Busque pero no
encontré. Y lo peor de todo fue que, al encontrarla a C para contarle lo que
paso me dice que su teléfono también desapareció. Ahí deje de buscar y empecé a
putear. C no, ella solo lloro.
Cuando se lo comente a madre lo primero que dijo fue, “-La próxima andas
a Faena”.
La Inseguridad se mete por todos lados. Es como la arena en la playa un día
de verano. Nosotras fuimos a Terrazas del Este un sábado a la noche. Esto es lo
que paso. Pero… en mi defensa insisto; Jet y Tequila cerraron, no tuvimos
otra.